Hace algún tiempo, antes de que los mundos se dividieran, algunos reyes humanos tomaron la decisión de proteger a sus amigos, los seres mágicos. Esto llevó a una larga guerra que terminó con el éxodo de los seres mágicos a otro mundo. Durante este proceso, los reyes que asumieron el papel de protectores temieron por su descendencia, por lo que, con la ayuda de algunos seres del mar, enviaron a sus hijos recién nacidos en una embarcación, la cual naufragó debido a las maquinaciones de sus enemigos. Aún así, los seres del mar cumplieron con su palabra y llevaron a los bebés a una isla oculta, donde algunas criaturas mágicas vivían en armonía.
En esa isla, los cuatro grandes clanes adoptaron a los bebés y los criaron como si fueran sus propios hijos. En la isla, se veneraba a los ancestros de los clanes y a los animales que formaban parte vital del extraño ecosistema, en el cual habitaban todo tipo de criaturas que jamás se encontrarían juntas en tierra firme. Al cumplir los siete años, los niños se prepararon para el siguiente paso en su camino hacia la adultez. Sin embargo, al mismo tiempo, la isla se estremeció, ya que su llegada había abierto el camino para que otros humanos también pudieran llegar.
Poco a poco, empezaron a aparecer cazadores que buscaban capturar a los animales de la isla. Los habitantes de la isla sabían que dejar que estos cazadores se fueran sería un problema, ya que atraerían a más y más cazadores. Paralelamente, los chamanes viajaron al templo en busca de consejo; allí, los grandes ancestros les explicaron que los niños no eran parte de la isla y que, hasta que lo fueran, las puertas de la isla permanecerían abiertas para otros humanos. Con esta información, los chamanes regresaron y se impuso sobre los hombros de los niños una gran responsabilidad: debían ganarse el favor de los animales, los habitantes y los ancestros, al mismo tiempo que repelían a los cazadores de la isla, hasta ser aceptados como parte de ella.
Aunque los niños tenían miedo, no dudaron en salir a cumplir con su misión. Por su parte, los clanes asignaron a los maestros de los niños como sus guardianes para que los supervisaran e intervinieran si era necesario, pero debían ser como sombras: los niños jamás se enterarían de su presencia.
Gresu nació en el silencio verde del bosque, hijo de Linci y moldeado por los Urgra, los hombres oso cuya presencia imponente se equilibra con una ternura profunda. Sus modos toscos y su mirada grave pueden asustar, pero tras esa coraza late un corazón delicado: teme tanto herir como ser herido. Su vitalidad bulle en cada músculo y, aprendiendo la herboristería clanil, destila pociones que calman el cuerpo y del alma. Meticuloso en cada mezcla, vive con un realismo sobrecogedor para su edad, y no vacila en tender su mano poderosa donde más se le necesita.
Ziyuu nació al compás del vaivén del océano, y cada ola parece devolverle un susurro al oído. Hija de Yeray y Dili, fue criada por los hombres ciervo, y galopa ligera por la costa con la misma gracia de un cervatillo. Sus manos, hábiles en el arte de la pesca, atrapan destellos de vida marina mientras su mente sueña sin descanso. Incansable y meticulosa, no concibe nada a medias: cada red que urde y cada huella que deja hablan de su serena determinación.
Kanlu se crio bajo el aullido de la manada, hijo primogénito del príncipe Laku y criado por los Kanpus, los hombres lobo. Su pecho late con valentía, pero es su astucia la que lo distingue: discípulo de los zorros en el arte de la negociación, convierte el diálogo en puentes invisibles. Determinado y siempre cerca de su clan, canaliza la fuerza colectiva en cada paso. Su alegría es un faro que resplandece con la fuerza del sol y la calma de la luna, reflejando en su mirada la dualidad de la noche y el día.
Fermin nació con el fulgor del alba en los ojos, pero su voz se alza como un susurro entre el bullicio. Hija de Yeray y Dili, creció en el nido de los Fexni, los hombres pájaro, y forjó una vista tan aguda como la de un halcón. Su curiosidad la empuja a perderse en bibliotecas al pie de los riscos, donde devora pergaminos antiguos y traza mapas de rutas secretas. Alegre en breves tertulias, regresa pronto a la soledad de las alturas, donde su arco y sus manos de escaladora dan forma a su audacia. Cada trepada la acerca a los secretos del viento, revelándole misterios que solo una mente inquieta puede descifrar.